Hace mucho, mucho tiempo (allá por el año 500), en la India, gobernaba el Rey Sheram, un hombre con más poder que paciencia. Devastado tras perder a su hijo en batalla, su pueblo intentó consolarlo con regalos: joyas, elefantes con tapicería fina, banquetes épicos… pero nada lograba animarlo.

Hasta que apareció Sissa, un joven sabio con un tablero extraño y 32 piezas. Majestad, esto se llama ajedrez, explicó.

El Rey quedó enganchado al instante. Por fin algo más divertido que discutir impuestos con sus ministros. Tan agradecido estaba que le ofreció a Sissa cualquier recompensa.

—Pide lo que quieras. Oro, tierras, un castillo con mozo de espadas incluido…

Pero Sissa, con una sonrisa enigmática, respondió:

—Solo quiero trigo, Majestad. Un grano en la primera casilla del tablero, dos en la segunda, cuatro en la tercera, y así sucesivamente, duplicando hasta la casilla 64.

Sheram soltó una carcajada.

—¿Eso es todo? ¡Qué petición más humilde! Que alguien le traiga su saco de trigo y acabemos con esto.

Dos días después, los matemáticos del reino seguían sumando. El Rey, ya molesto, exigió respuestas.

El más sabio de ellos, con cara de terror, explicó:

—Majestad… el problema es que no hay suficiente trigo en el mundo.

—¡¿Qué dices?! ¿Cuánto pidió exactamente?

18,446,744,073,709,551,615 granos de trigo, Majestad.

Sheram frunció el ceño.

—¿Y eso cuánto es en kilos?

—Aproximadamente 737.8 billones de kilogramos de trigo.

El Rey sintió un escalofrío.

—¿Y en toneladas?

737,869,762,948 toneladas.

—¿Cuánta trigo produce el mundo cada año?

—Unos 700 millones de toneladas.

Sheram tragó saliva.

—¿Entonces cuánto tiempo nos tomaría conseguir esa cantidad?

—Unos 1,054 años de producción mundial ininterrumpida.

Y en ese momento, el Rey comprendió dos cosas:

  1. El verdadero poder no está en las riquezas, sino en entender las matemáticas.
  2. Nunca subestimes el interés compuesto… ni a los nerds.